Queríamos unir el
Pirineo con la Costa Brava y las vías verdes eran la opción perfecta para la
hazaña. Se trata de antiguas vías ferroviarias recuperadas y adecuadas para el
uso exclusivo de peatones y bicicletas. Sus desniveles suaves permiten
disfrutar del paisaje sin cansarse demasiado. Disponíamos de dos días, así que
nos levantamos temprano para tomar el primer tren de Barcelona a Ripoll.
Cuando llegamos a la
estación de Mataró, el andén estaba atestado de adolescentes que, después de
una noche de fiesta, se disponían a regresar a casa. Mataró es el núcleo duro
de la movida del Maresme. En el Pla d’en Boet se amontonan un buen puñado de
bares que atraen durante los fines de semana a muchos jóvenes dispuestos a
hacinarse en lugares oscuros en los que casi no se puede ni hablar.
Llegamos a Sants con el
tiempo justo de comprar los billetes y bajar al andén. Era el primer día de
Pascua y el tren iba a rebosar; teníamos
por delante dos horas de viaje para regalárselas al descanso. Sin embargo,
cuando ya estábamos amodorrados, nos informaron que el tren estaba averiado y
que teníamos que abandonarlo y cambiar a otro. A mí no me sorprendió, pero fue
un fastidio bajar y subir con la bicicleta cargada por una escalera estrecha y
abarrotada.
Continuamos el resto
del viaje sin incidentes. Ya sin ganas de dormir, contemplaba el paisaje por la
ventana. La bruma matinal aún no había desaparecido. Llevaba varios días
lloviendo y sólo la esperanza permitía confiar en un día soleado.
Desde Ripoll y
siguiendo las marcas, iniciamos el camino. ¡Qué felicidad! El día era hermoso,
fresquito, y el sol, que siempre da mucha energía para pedalear, se mostraba tímidamente
entre las nubes. La vía estaba concurrida: familias con niños, transeúntes,
corredores, perros que paseaban a sus amos; los
cicloturistas también abundaban y
no faltaba el descerebrado que, ignorando el límite de velocidad y alardeando
de una insensatez descomunal, pedaleaba a toda velocidad increpando a todo
obstáculo que entorpeciera su marcha en la carrera hacia la gloria de los
imbéciles.
Hasta Sant Joan de las
Abadesses la ruta no presenta ninguna dificultad, solo hay que dejarse llevar.
Habíamos leído que desde allí hasta Olot la vía no estaba acabada. Un lugareño
nos indicó que hay una carretera poco transitada por la que podíamos ir.
Durante el ascenso, comenzaron a adelantarnos vehículos que a mí se me antojaban
demasiados para una carretera solitaria. Me pregunté si aquel hombre con cara
de buena persona y que con tanta pasión hablaba de la tranquilidad de la
carretera no nos habría tangado y ahora se estaría desternillando pensando en
los pardillos que somos. Los que acabamos tronchándonos fuimos nosotros cuando,
al llegar al Coll de Sentigosa, nos percatamos de que lo que se celebraba era
un campeonato de motos de montaña; me disculpé mentalmente del señor y
empezamos a descender resiguiendo las curvas sombreadas por el bosque de hayas
y disfrutando del frescor.
A partir de Olot,
atravesamos la zona volcánica de la Garrotxa. Hasta el Coll d’en Bas, el camino
asciende ligeramente, pero nuestro ritmo parsimonioso nos permitía disfrutar de
su belleza paisajística.
A punto de quedarnos
sin luz, encontramos un hostal a la entrada de Quart. Es un lugar anodino pero
a mí, en aquellas circunstancias, me pareció un paraíso.
Al día siguiente, tras
el reposo, iniciamos la ruta hacia el mar. En el tramo de Girona se alternan
las zonas de cultivo con los bosques. En los días despejados se contempla una
excelente panorámica que va de los Pirineos hasta el Montseny. Adelantamos a un
grupo numeroso compuesto por niños y adultos; iban en bicis equipadas con
remolque y también llevaban un tándem. También seguían nuestra ruta y habían
diseñado una camiseta que todos lucían orgullosos. Era fantástico ver cómo los
niños disfrutaban de la hazaña casi sin quejarse. Les pregunté por el remolque
y por su manejo, porque hace tiempo que queremos comprar uno pero nos frena el
que se convierta en un cachivache más en casa.
Queda(ba) menos para
ver el mar y disfrutar de las magníficas vistas desde Sant Feliu. Teníamos que
seguir hasta Blanes para tomar el tren de regreso a Mataró, pasando por Tossa y
Lloret. Era sábado y la carretera de Tossa se había transformado en un edén
motero. También lo fue para nosotros: nos recreamos con las vistas colosales de
esta indómita costa en su parte menos urbanizada. Ya en Blanes, nos subimos al
tren con esa agradable y merecida sensación de relajo que solo te da el
cansancio.
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