dimarts, 11 de juny del 2013

Pràctica 7 (Yolanda)

Queríamos unir el Pirineo con la Costa Brava y las vías verdes eran la opción perfecta para la hazaña. Se trata de antiguas vías ferroviarias recuperadas y adecuadas para el uso exclusivo de peatones y bicicletas. Sus desniveles suaves permiten disfrutar del paisaje sin cansarse demasiado. Disponíamos de dos días, así que nos levantamos temprano para tomar el primer tren de Barcelona a Ripoll.
Cuando llegamos a la estación de Mataró, el andén estaba atestado de adolescentes que, después de una noche de fiesta, se disponían a regresar a casa. Mataró es el núcleo duro de la movida del Maresme. En el Pla d’en Boet se amontonan un buen puñado de bares que atraen durante los fines de semana a muchos jóvenes dispuestos a hacinarse en lugares oscuros en los que casi no se puede ni hablar.
Llegamos a Sants con el tiempo justo de comprar los billetes y bajar al andén. Era el primer día de Pascua y el tren iba a rebosar;  teníamos por delante dos horas de viaje para regalárselas al descanso. Sin embargo, cuando ya estábamos amodorrados, nos informaron que el tren estaba averiado y que teníamos que abandonarlo y cambiar a otro. A mí no me sorprendió, pero fue un fastidio bajar y subir con la bicicleta cargada por una escalera estrecha y abarrotada.
Continuamos el resto del viaje sin incidentes. Ya sin ganas de dormir, contemplaba el paisaje por la ventana. La bruma matinal aún no había desaparecido. Llevaba varios días lloviendo y sólo la esperanza permitía confiar en un día soleado.
Desde Ripoll y siguiendo las marcas, iniciamos el camino. ¡Qué felicidad! El día era hermoso, fresquito, y el sol, que siempre da mucha energía para pedalear, se mostraba tímidamente entre las nubes. La vía estaba concurrida: familias con niños, transeúntes, corredores, perros que paseaban a sus amos; los  cicloturistas  también abundaban y no faltaba el descerebrado que, ignorando el límite de velocidad y alardeando de una insensatez descomunal, pedaleaba a toda velocidad increpando a todo obstáculo que entorpeciera su marcha en la carrera hacia la gloria de los imbéciles.
Hasta Sant Joan de las Abadesses la ruta no presenta ninguna dificultad, solo hay que dejarse llevar. Habíamos leído que desde allí hasta Olot la vía no estaba acabada. Un lugareño nos indicó que hay una carretera poco transitada por la que podíamos ir. Durante el ascenso, comenzaron a adelantarnos vehículos que a mí se me antojaban demasiados para una carretera solitaria. Me pregunté si aquel hombre con cara de buena persona y que con tanta pasión hablaba de la tranquilidad de la carretera no nos habría tangado y ahora se estaría desternillando pensando en los pardillos que somos. Los que acabamos tronchándonos fuimos nosotros cuando, al llegar al Coll de Sentigosa, nos percatamos de que lo que se celebraba era un campeonato de motos de montaña; me disculpé mentalmente del señor y empezamos a descender resiguiendo las curvas sombreadas por el bosque de hayas y disfrutando del frescor.
A partir de Olot, atravesamos la zona volcánica de la Garrotxa. Hasta el Coll d’en Bas, el camino asciende ligeramente, pero nuestro ritmo parsimonioso nos permitía disfrutar de su belleza paisajística.
A punto de quedarnos sin luz, encontramos un hostal a la entrada de Quart. Es un lugar anodino pero a mí, en aquellas circunstancias, me pareció un paraíso.
Al día siguiente, tras el reposo, iniciamos la ruta hacia el mar. En el tramo de Girona se alternan las zonas de cultivo con los bosques. En los días despejados se contempla una excelente panorámica que va de los Pirineos hasta el Montseny. Adelantamos a un grupo numeroso compuesto por niños y adultos; iban en bicis equipadas con remolque y también llevaban un tándem. También seguían nuestra ruta y habían diseñado una camiseta que todos lucían orgullosos. Era fantástico ver cómo los niños disfrutaban de la hazaña casi sin quejarse. Les pregunté por el remolque y por su manejo, porque hace tiempo que queremos comprar uno pero nos frena el que se convierta en un cachivache más en casa.

Queda(ba) menos para ver el mar y disfrutar de las magníficas vistas desde Sant Feliu. Teníamos que seguir hasta Blanes para tomar el tren de regreso a Mataró, pasando por Tossa y Lloret. Era sábado y la carretera de Tossa se había transformado en un edén motero. También lo fue para nosotros: nos recreamos con las vistas colosales de esta indómita costa en su parte menos urbanizada. Ya en Blanes, nos subimos al tren con esa agradable y merecida sensación de relajo que solo te da el cansancio.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada