diumenge, 5 de maig del 2013

Pràctica 2 (Sofía)

El amplio ventanal del salón es sin duda la joya de esta casa. En mi familia tenemos una fijación por la luz natural. Será por eso que la mesa está junto a esta gran ventana de cuatro hojas. Levantarse los sábados mientras los demás aún duermen y desayunar viendo al barrio despertarse a través del cristal es un placer.
La mayor parte de las veces me siento y miro sin mirar mientras mi mente está en otro sitio. Pero hoy es diferente, ha salido el sol después de unos días de lluvia y abajo, en la calle, se oye a los niños que juegan en el parque. Tengo a Campus, mi gato, mirándome remover el café y de vez en cuando se gira para seguir con la vista a un pájaro que cruza volando frente a nosotros.
Tengo la suerte de vivir en un barrio donde los edificios tienen espacio para respirar y, por eso, pocos elementos obstaculizan la vista. Delante de mi casa hay un bloque de doce plantas igual al mío, que parecería un espejo si no fuera porque los toldos son de color naranja en lugar de verde. Salpicado de macetas con geranios y helechos, es como un eje separador del paisaje que se extiende ante mí.
A su margen izquierdo se divisa un conjunto de casitas bajas con techos de teja. El séptimo piso donde me encuentro aporta indiscreción a las vistas y mis ojos se cuelan en los patios interiores donde se seca la ropa. Estas casas llegan hasta los pies del Turó de la Peira y entre ellas transcurre el camino que a diario recorría para llegar al colegio. Por detrás de los pinos mediterráneos del Turó asoman el Tibidabo y la Torre de Collserola, que roza las nubes.
Hacia la derecha, el paisaje es bien distinto. A los pies de mi casa comienza el Parque Central de Nou Barris. Desde las alturas se puede apreciar el diseño triangular de las diferentes zonas y cómo el suelo va mutando de color, pasando del naranja al amarillo y del azul al blanco. Lo primero que se ve desde este lado es la fuente que simula un lago. Tres niñas están sentadas en la plataforma de madera que se adentra en el agua. Tienen los pies sumergidos y se salpican unas a otras. Me recuerdan que ya queda menos para el verano.
En el centro del parque se erige una antigua masía de dos pisos con señales del transcurrir inclemente del tiempo. Es un recuerdo de la época en que este barrio era una zona rural alejada de Barcelona. Hoy, la casa sigue a la espera de una reforma que la convierta en un nuevo equipamiento para jóvenes.
Mientras apuro el café, que se enfría, lo último que alcanzan a ver mis ojos es Collserola, verde por el despertar de la primavera.

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