El amplio ventanal del
salón es sin duda la joya de esta casa. En mi familia tenemos una fijación por
la luz natural. Será por eso que la mesa está junto a esta gran ventana de
cuatro hojas. Levantarse los sábados mientras los demás aún duermen y desayunar
viendo al barrio despertarse a través del cristal es un placer.
La mayor parte de las
veces me siento y miro sin mirar mientras mi mente está en otro sitio. Pero hoy
es diferente, ha salido el sol después de unos días de lluvia y abajo, en la
calle, se oye a los niños que juegan en el parque. Tengo a Campus, mi gato,
mirándome remover el café y de vez en cuando se gira para seguir con la vista a
un pájaro que cruza volando frente a nosotros.
Tengo la suerte de
vivir en un barrio donde los edificios tienen espacio para respirar y, por eso,
pocos elementos obstaculizan la vista. Delante de mi casa hay un bloque de doce
plantas igual al mío, que parecería un espejo si no fuera porque los toldos son
de color naranja en lugar de verde. Salpicado de macetas con geranios y
helechos, es como un eje separador del paisaje que se extiende ante mí.
A su margen izquierdo
se divisa un conjunto de casitas bajas con techos de teja. El séptimo piso
donde me encuentro aporta indiscreción a las vistas y mis ojos se cuelan en los
patios interiores donde se seca la ropa. Estas casas llegan hasta los pies del
Turó de la Peira y entre ellas transcurre el camino que a diario recorría para
llegar al colegio. Por detrás de los pinos mediterráneos del Turó asoman el
Tibidabo y la Torre de Collserola, que roza las nubes.
Hacia la derecha, el
paisaje es bien distinto. A los pies de mi casa comienza el Parque Central de
Nou Barris. Desde las alturas se puede apreciar el diseño triangular de las
diferentes zonas y cómo el suelo va mutando de color, pasando del naranja al
amarillo y del azul al blanco. Lo primero que se ve desde este lado es la
fuente que simula un lago. Tres niñas están sentadas en la plataforma de madera
que se adentra en el agua. Tienen los pies sumergidos y se salpican unas a
otras. Me recuerdan que ya queda menos para el verano.
En el centro del parque
se erige una antigua masía de dos pisos con señales del transcurrir inclemente
del tiempo. Es un recuerdo de la época en que este barrio era una zona rural
alejada de Barcelona. Hoy, la casa sigue a la espera de una reforma que la convierta
en un nuevo equipamiento para jóvenes.
Mientras apuro el café,
que se enfría, lo último que alcanzan a ver mis ojos es Collserola, verde por el
despertar de la primavera.
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