La
sola idea de recorrer China en tren ya impacta. Como bien dice Theroux, “más
que un simple país, parece todo un mundo”. No obstante, superada la primera
impresión, lo que más me impactó fue cómo la historia reciente de China se
manifiesta en cada pasaje de este libro.
Al
leer las primeras páginas sobre su viaje anterior, en seguida me vino a la
memoria 1984, de George Orwell, y su
futuro gris y opresivo. Supongo que ésa era la intención de Theroux cuando las
escribió. Me sorprendió encontrarme con varias referencias a este libro en boca
de los protagonistas del viaje. Supongo que resulta más fácil hablar de la
ficción antes que recordar un pasado al que, en 1989, aún le quedaban muchas
heridas abiertas.
No
debió resultar fácil conseguir opiniones sobre la Revolución Cultural. En varias
ocasiones se aprecia cómo Theroux se las ingenia para ser locuaz y estirar de
la lengua a sus interlocutores. Una actitud contraria a la que mantuvo durante
su viaje en grupo antes de llegar a China. Personalmente, no me agradó su
comportamiento con los compañeros de
viaje. Sin lugar a dudas, yo tampoco los elegiría para realizar un recorrido
tan largo. Sin embargo, sus peculiaridades y rarezas le sirven a Theroux para
enriquecer la narración de un trayecto que de otra forma habría resultado
monótono.
Si
en algún momento sentí verdaderas ganas de embarcarme en un viaje como este,
fue por su forma de referirse a los chinos. Según Theroux, “nada más empezar el
viaje había comprobado que eran infaliblemente amables y nada recelosos”, a
pesar de que él fuera un completo desconocido. Eso habla muy bien de un pueblo
que ha vivido innumerables altibajos a lo largo de su historia.
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